Todos tenemos momentos con Diego, escenas personales que llevaremos siempre. Aquí comparten tres.
Por Nahuel Billoni
1990. Como todo recuerdo es algo confuso, voluntarioso. Tengo cinco años. Estamos en casa. Mamá, Papá y Hermana (todavía faltaban llegar dos más). No tenía claro contra quién jugábamos y por qué jugábamos. Termina el partido contra Alemania. Mucho no entiendo, pero sé que perdimos y veo gente llorar por el televisor. Recuerdo la angustia y que Papá me llevó a dar una vuelta por el barrio para tranquilizarme.
1994. Nueve años. Estados Unidos era mi primer Mundial. Leía todo. Gastaba la videocasetera viendo la colección de videos “El Gráfico y los mundiales”. La vuelta de Diego era algo mágico. Fascinación absoluta. Grecia y el primer plano eufórico, Nigeria y la enfermera inoportuna. Mamá nos fue a buscar a la escuela (ya éramos tres). Subimos al remís y nos cuenta que querían suspender a Maradona. Conmoción absoluta. El mundo en contra. Pobre Sergio Vázquez, Mamá me consolaba diciendo que tal vez el doping positivo era el suyo.
2020. Los miércoles nos juntamos a cenar. Como corresponde, no podemos hablar de otro tema. Una noche especial. Estamos sensibles. Ligeros para decir algunas cosas, cortos para expresar otras. Se hacen las diez. Escuchamos los aplausos. Salimos al balcón para escuchar al barrio, al país, al mundo.